El Diario de un Gato
Hoy es mi tercer Día, no veo bien, no se por qué pero me siento tranquilo porque me siento cuidado de al lado de mi mami que me acaricia con su lengua, junto con mis 5 hermanitos. Me siento genial!
Ya tengo una semana. Hoy desperté y falta uno de mis hermanitos. Mi madre mueve la cola como con signo de preocupación por lo que sucedió. Pero se esmera más en cuidarnos.
Tres semanas, ya veo muy bien y con mis hermanitos queremos ir mas allá de lo desconocido, pero nuestra mami nos trae de nuevo a nuestro cesto. Y vi a una señora muy grande parece ser mayor de edad y nos mira con ternura, ¿será nuestra dueña?..
Al otro día muy temprano nos despierta esa señora y nos encierra a mis hermanitos en una caja, me siento asfixiado, mi madre me llama, y mis hermanitos y yo también llamamos con maullidos incesantes. Mi madre no se escucha más… las horas pasaron y la caja parece estar quieta. Estamos desesperados, el calor y el poco aire nos abruma, y llamamos a nuestra madre incansablemente con nuestros maullidos por horas, el tiempo transcurre y hace frio.. .mis hermanitos dejaron de moverse y yo sigo llamando a mi mami. Me desvanezco de sueño, tengo hambre y sed. Estoy cansadito, una luz de esperanza está abriendo la caja, una niña me toma. Y me desmayo entre sus manos.
Dos meses. Ahh, qué feliz me siento que mi ama me allá rescatado, no sufro de frio, ni hambre ni sed… me dieron una gran caja pero a veces duermo con mi amita. Aunque la madre de mi ama le reprende para que no lo haga. Estoy muy hábil salto y corro con gran velocidad.
Cinco meses. Mi velocidad a aumentado consideradamente, pero hoy no se lo que sucedió. Yo quería jugar con la mama de mi ama y me dio un escobazo muy fuerte porque mi pisó la manito, me duele un poco mi mano pero ya se está recuperando. No sabía que a ellos le molesta que me pisen mi mano. Pero ya va a llegar mi amita en cualquier momento y ella me besa y me cuida. Y yo me tiro en su falda ronrroneado, me fascina.
Seis meses. Huy, no aguanto más! Estoy aguantando. Tengo miedo de hacer mis necesidades y si hago me van a regañar y tal vez me pegue con esa odiosa escoba, y luego me van a arrojar en una caja de piedritas blancas.
Ocho meses. La mamá de mi ama acuerda de que a la noche tengo que ir afuera y hace frio, tengo miedo. Está obscuro pero mi curiosidad me abraza en su manto de lo desconocido y me aventuro.
Doce meses. Ahhh, es un año! Soy muy hábil! Mi amita me adora, me quiere muchísimo y no veo en estar la hora con ella, me afilo las uñas constantemente por los nervios. A su llegada y de golpe una sombra se acerca hacia mi, cuando miro es demasiado tarde… un escobazo... la mamá de mi ama me grita y no entiendo lo que dice y me da escobazos incesantes, toma un mechón de mi pelo de un sillón y me lo muestra gritándome. Yo no quiero mirar solo escapar, pero mi dolor en el oído por el primer golpe no me deja escapar a sus atinados y repetitivos escobazos. Mi amita llega y yo estoy tirado en mi alfombrita... La miro echado pero me duele mucho el cuerpo para ir hacia ella.
Dos años. Estoy totalmente recuperado, me tiro a los sillones pero ya no me acerco a la mama de mi ama. La evito, la veo y corro para otra habitación, sólo me dejo tocar por mi amita, y respondo a sus llamados ni bien llega. Me cuida como mi mami y me da mimos, me encantan, estoy esperando nuevamente a mi amita que llegue.
Hoy me tomaron de atrás, no me di cuenta cuando llegó mi amita. No!, estoy equivocado, es la mamá de mi amita… Ahh, que bien se siente, creo que ya se amigó conmigo, me está acariciando y no puedo controlarme porque me encantan las caricias, me siento mucho muy cómodo. Me mira y se sonríe. Y cierro los ojos.
Oh no! Estoy de nuevo en una caja… Estoy enloqueciendo, maullo fuerte, rasgo y ruedo como puedo en la apretada caja. Hey! Maullo, ¿dónde me llevan? En otro maullo. ¡quiero a mi amita! Estoy bien donde estoy, al menos esta vez tengo un agujero por donde respirar y ver tambien tras de el. Pasa una hora y abren la caja salto de inmediato y me escapo un par de metros. Miro alrededor no estoy en mi casa,y no se dónde está mi amita... Hay sólo un hombre grande. Dice algo como:, “tu serás bueno para las ratas…“.
Tres años. Estoy sediento, a veces este nuevo amo se olvida de poner agua en mi tarrito, otras veces esa agua, de tanto tiempo, se pone como podrida pero igual me la rebusco tomando agua de una gran tina blanca que hay en una habitación de olor espantoso a la que la llaman toilette o algo así. Me tengo que auto mantener, la necesidad me ha hecho buen cazador de todo tipo de roedores. A veces me enfermo con facilidad, temblequeos o fiebre. Esta comida a veces está contaminada con los venenos, que mi propio amo arroja por toda la casa. Estoy desteñido y un poco desgarbado. Ahh, como añoro a mi amita, no recibo más sus besos ni sus caricias irresistibles. Quedo mirando por la ventana cerrada en el altillode esta horrible casa hacia una vereda donde cruza gente y las observo por días, semanas. Mi amo a veces llega de una condición extraña, se tambalea y me arroja latas de una bebida asquerosa que hiede espantoso, me da asco lamer mi cuerpo cuando un poco se derrama sobre mi.
Años siguiente. Ahh… (suspiros). No se cuantos años han pasado, perdí ya la cuenta. Estoy triste. Llueve torrencialmente y miro por la ventana hacia la vereda. Teniendo la fe de hallar a mi amita. Se escucha que mi nuevo amo está entrando a la casa. ¿Qué veo allá? Esa es mi amita, ¡sí, es ella, cómo ha cambiado! Pero tengo un palpito que es ella. Corro por las escaleras rápidamente y hago una suerte de arrebato entre las piernas de mi amo y me escapo cuando el abre la puerta, salto una pequeña puerta y miro. La lluvia me está empapando. Odio el agua pero más amo a mi amita, maulló pero no me escucha, está muy lejos, corro hacia donde se dirige ella, da vuelta la esquina, y corro cruzando la calle. Ohh no!! Un vehículo de dos ruedas, pasa sobre mí y grito con un maullido escalofriante. Mirando a lo que parecer es mi amita, lloviendo, sobre el piso mojado. Ella mira hacia atrás y me ve. La estoy mirando. ¡Pobre gatito!, dice ella. Me recoge dolorosamente, me duele mucho la cabeza. Me toma sobre su seno y dice mi nombre. Cierro los ojos a pesar del dolor, estoy en el cielo, es mi amita. Me siento muy mal y muy bien a la vez, es una cosa muy ambigua. Estoy dolorido como nunca antes lo había estado, pero muy feliz en lo profundo de mi corazón porque estoy en el seno de mi amada. Me llevó a un lugar donde estaba lleno de otros gatos y perros. Sólo miraba erráticamente. Sólo quería cerrar los ojos y olfatear a mi amita, ya que estaba yo mojado entre sus brazos y un señor de blanco estaba a su lado, y me toma sin misericordia, me hace gritar de dolor y le dice que no tengo remedio, más que una inyección. Mi amita llora decistiendo un no con la cabeza, y mi alma también de alegría llora. Cierro mis ojos entre el seno de mi amita.Este hombre sugiere que tengo que dejar de sufrir, que no viviré por muchas horas más. Ella me mira y yo abro mis ojos diciéndole que la amo, y ella responde que desea tenerme unos minutos más y si puede quedarse ahí en un asiento. Pasan los minutos, se está poniendo obscuro, la miro por última vez, enamorado, acompañada de una única lagrima doy mi ultimo ronrroneo, como un adiós, como un gracias, como un te amo amita mía.
Autor: Abel David Rosales
Cuentos del drama:
martes, 8 de marzo de 2016
(Diario) Historia de un Gato abandonado
La solución no es echar un gato a la calle, sino educarlo. No convierta en problema una grata compañía.
Cuanta gente a mí alrededor. Hoy he cumplido una semana. ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!
Mes 1:
Cuanto cariño me da mi mamá. Estoy encantado con mi mamá.
Mes 2:
Hoy me han separado de mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos me dijo adiós. Esperando que mi nueva "familia humana" me cuidará tan bien como ella lo había hecho.
Mes 3:
He crecido rápido; todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para mí son como "hermanitos".
Mes 5:
Hoy me regañaron. Mi madre se molestó porque me hice "pipí" adentro de la casa; pero nunca me habían dicho dónde debo hacerlo. Además duermo en un armario... ¡y ya no me aguantaba!
Mes 6:
Soy un gato feliz. Tengo el calor de un hogar; me siento tan seguro, tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho.
Cuando están en la mesa me dan de comer.
Mes 12:
Hoy cumplí un año. Soy un gato adulto. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. Que orgullosos se deben de sentir de mí.
Mes 13:
Qué mal me sentí hoy. "Mi hermanito" me quitó la pelota. Yo nunca agarro sus juguetes, así que se la quité. Pero mis patas tienen garras y le he hecho daño sin querer. Después del susto, me han encerrado. Dicen que van a tenerme en observación y que soy malo. No entiendo nada de lo que pasa.
Mes 14:
Ya nada es igual... No me dejan salir al jardín. Me siento muy solo, mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed.
Mes 15:
Hoy me han dejado salir al jardín. Creo que mi familia me ha perdonado y me he puesto tan contento que daba saltos de alegría.
Encima me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro "día de campo". No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron."¡Oigan, esperen!" Se... se olvidan de mí. Corrí detrás del coche con todas mis fuerzas.
Mi angustia crecía al darme cuenta, que casi me desvanecía y ellos no se detenían: me habían olvidado.
Mes 16:
He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y seria leal a ellos. Pero solo dicen "pobre gatito", se ha perdido.
Mes 17:
El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis "hermanitos". Me acerqué, y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedras "a ver quien tenia mejor puntería". Una de esas piedras me lastimó el ojo y desde entonces ya no veo con él.
Mes 18:
Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.
Mes 19:
Casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar la calle por donde pasan los coches, uno me arrolló. Estaba en un lugar seguro, en la cuneta, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta giró el coche para pillarme. Ojala me hubiera matado, pero solo me ha dislocado la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades he podido arrastrarme hacia un poco de hierba a ladera del camino.
Mes 20:
Llevo 10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. Ya no me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento muy mal. Parece que hasta mi pelo se está cayendo.
Ya casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de su voz me hizo reaccionar. "Pobre gatito, mira como lo han dejado", decía... junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: "Lo siento señora, pero este gato ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir." A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude la miré agradeciéndole me ayudara a descansar. Solo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería.
Las Titilotas
Cuanta gente a mí alrededor. Hoy he cumplido una semana. ¡Qué alegría haber llegado a este mundo!
Mes 1:
Cuanto cariño me da mi mamá. Estoy encantado con mi mamá.
Mes 2:
Hoy me han separado de mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos me dijo adiós. Esperando que mi nueva "familia humana" me cuidará tan bien como ella lo había hecho.
Mes 3:
He crecido rápido; todo me llama la atención. Hay varios niños en la casa que para mí son como "hermanitos".
Mes 5:
Hoy me regañaron. Mi madre se molestó porque me hice "pipí" adentro de la casa; pero nunca me habían dicho dónde debo hacerlo. Además duermo en un armario... ¡y ya no me aguantaba!
Mes 6:
Soy un gato feliz. Tengo el calor de un hogar; me siento tan seguro, tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho.
Cuando están en la mesa me dan de comer.
Mes 12:
Hoy cumplí un año. Soy un gato adulto. Mis amos dicen que crecí más de lo que ellos pensaban. Que orgullosos se deben de sentir de mí.
Mes 13:
Qué mal me sentí hoy. "Mi hermanito" me quitó la pelota. Yo nunca agarro sus juguetes, así que se la quité. Pero mis patas tienen garras y le he hecho daño sin querer. Después del susto, me han encerrado. Dicen que van a tenerme en observación y que soy malo. No entiendo nada de lo que pasa.
Mes 14:
Ya nada es igual... No me dejan salir al jardín. Me siento muy solo, mi familia ya no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed.
Mes 15:
Hoy me han dejado salir al jardín. Creo que mi familia me ha perdonado y me he puesto tan contento que daba saltos de alegría.
Encima me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz creyendo que haríamos nuestro "día de campo". No comprendo por qué cerraron la puerta y se fueron."¡Oigan, esperen!" Se... se olvidan de mí. Corrí detrás del coche con todas mis fuerzas.
Mi angustia crecía al darme cuenta, que casi me desvanecía y ellos no se detenían: me habían olvidado.
Mes 16:
He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con tristeza y me da algo de comer. Yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo con mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y seria leal a ellos. Pero solo dicen "pobre gatito", se ha perdido.
Mes 17:
El otro día pasé por una escuela y vi a muchos niños y jóvenes como mis "hermanitos". Me acerqué, y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una lluvia de piedras "a ver quien tenia mejor puntería". Una de esas piedras me lastimó el ojo y desde entonces ya no veo con él.
Mes 18:
Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente más bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.
Mes 19:
Casi no puedo moverme. Hoy al tratar de cruzar la calle por donde pasan los coches, uno me arrolló. Estaba en un lugar seguro, en la cuneta, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta giró el coche para pillarme. Ojala me hubiera matado, pero solo me ha dislocado la cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con dificultades he podido arrastrarme hacia un poco de hierba a ladera del camino.
Mes 20:
Llevo 10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. Ya no me puedo mover. El dolor es insoportable. Me siento muy mal. Parece que hasta mi pelo se está cayendo.
Ya casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La dulzura de su voz me hizo reaccionar. "Pobre gatito, mira como lo han dejado", decía... junto a ella venía un señor de bata blanca, empezó a tocarme y dijo: "Lo siento señora, pero este gato ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir." A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude la miré agradeciéndole me ayudara a descansar. Solo sentí el piquete de la inyección y me dormí para siempre pensando en por qué tuve que nacer si nadie me quería.
Las Titilotas
El Diario de Un Perro 2 (2ª Parte):
La noche de la esperanza
Hola, diario.
Yo soy Francisco. Hace casi seis meses que estoy en este lugar que llaman MAPA y nadie me viene a buscar. Aunque me tratan bien, no está bueno estar acá. Estoy atado con mi cadena de siempre a la pata de una jaula y siempre me enredo. Una porquería. De pronto tengo medio metro para moverme y doy tantas vueltas que me quedo como apretado. Me dan arroz. Puaj. Pero cuando hay hambre... Son cosas que le pasan a uno por ser pobre.
En las jaulas de arriba tengo perros y gatos y los olores que tienen me marean. Ya hace dos días que no tengo más esas pelotitas que me gustaba tanto lamer. Ahora me quedó un hilo cosido que me da un poco de asco. Con un poco de paciencia, tal vez, pueda sacarlo. Los días pasan, pero la gente que entra sólo mira a los cachorritos. Claro que está Andrés. Aunque no puede estar todo el tiempo conmigo. El me tuvo en su casa bastante tiempo y lo amo. Pero el suegro me pegaba con una escoba, así que me trajo acá para protegerme y conseguirme un hogar mejor. Sé que sufre y que algún día no lo voy a ver más. Eso me pone muy triste y hace que muchas veces me recueste en el piso con la cabeza entre las patas y la mirada perdida. Lo quiero a Andrés. Está en este lugar de vigilante voluntario sólo porque me trajo. Eso es amor.
Hoy ocurrió el milagro. Bah... no sé, ojalá. Entró un tipo con cara de simpático, junto a una chica. Todos los pibes de las jaulas de arriba, gatos incluidos, como siempre, empezaron a hacer fiesta y a llamar la atención. ¡Cómo los detesto cuando hacen eso! Tengo que aprender del viejo que tengo a dos metros míos. El ni se mueve. Ya está resignado. Yo, viste que no puedo evitar ser amable y salté para darle la bienvenida al tipo. Tengo un truco que a veces resulta: Me paro en dos patas y con las de adelante, te agarro el brazo, y te miro con cara de "llevame". Esta vez fue distinto. Al tipo le encantó eso y no miró a ningún cachorrito. Se agachó y se puso a acariciarme. Yo me volví loco. Empecé a saltar, a dar vueltas en mi eje y, aunque quise contenerme, no pude y me puse panza arriba. Ay, qué lindo cómo me rascaron la panza entre los dos. Escuché que el tipo le dijo a la chica: "Es re-simpático". Después se alejó y preguntó en el mostrador cómo tenía que hacer para llevarme. Yo paré mis orejas y tenía ganas de llorar de la emoción. También me quise contener, pero largué un chillido. "¿Te vas, Francisco?", me preguntó Andrés. Y con la mirada le dije: "Creo que sí". El tipo saludó a todos, volvió a acariciarme y sentí que estábamos hechos el uno para el otro. Dijo que volvería a buscarme mañana. Suspiré. Lo vi alejarse con una sonrisa que le llenaba la cara, le di la patita a Andrés -que se acercó a acariciarme con bondad-, y me recosté a su lado con una esperanza que me hacía latir el corazón cada vez más fuerte. Tal vez vuelva a ser feliz.
El día más feliz de mi vida
¡Hola diario!
Estoy chocho. Así nomás. A la mañana volvió el tipo de chiva (con otra chica… ¿qué onda?) y me vino a buscar. No lo podía creer. Me paré en dos patas tomando su brazo y empecé a sacudir la cola tanto que pensé que se me iba a salir. Por las dudas la busqué, pero ahí estaba. A él le causó gracia. Otro punto a favor. Pagaron mis vacunas, le dieron un carnecito con mi nombre y escuché… ¡que tengo apellido! Parece que los veterinarios te anotan con el apellido de tu adoptante. Es fantástico porque es como que te dan el certificado de familia. Ay, estoy chocho. Me vinieron a saludar todos. La chica rubiecita que me mimaba a veces y que es voluntaria en MAPA lagrimeó un poco. Me parece que todos pensaban que no me iba a adoptar nadie. La señora amable del negocio se asomó y, como siempre, yo me paré en dos patas y apoyé las delanteras en el mostrador. Lógico: me dio un palito de hueso molido. Me encantan. Me felicitó y le dijo al tipo: “Te llevás al perro más dulce del mundo”. Guau… ¡Yo soy dulce! Y me sale así nomás… naturalmente. También me vinieron a saludar los veterinarios. Hasta la bruja esa que me subía todo el tiempo a esa camilla metálica helada para que le preste un poco de mi sangre a otros perros enfermos. Y bueno… si se puede colaborar… El tipo estaba contento también. Ahí me enteré de que se llama Pablo. Me gustó el nombre. Tiene cara de Pablo. Los dos tenemos nombres de personas. Eso está bueno, pensé. La chica se llama Laura y escuché que la del día anterior se llamaba Marcela. Sólo hubo un momento triste: cuando vino Andrés a despedirse. Lo vi emocionado. Entre contento y angustiado. Le explicó a Pablo que habíamos sido compañeros un tiempo y sé que le dijo que podía verme cuando quisiera. Le di muchos besos. Nunca lo voy a olvidar.
Me pusieron la correa y nos fuimos los tres. ¡¡¡¡Libertad!!!! Tenía ganas de comenzar a ladrar, pero pensé que no estaba bien. Tengo que dejar muy buena impresión por lo menos el primer tiempo. Pero salté un poco. Enseguida hice pis y caca y se murieron de risa cuando empecé a hacer el gesto de arrastrar mis patas para atrás, como si tapara lo que hice. ¡Les encantó! Hay gestos naturales de uno que le causan tanta gracia a los humanos… Qué se yo… No sé por qué será. Bueno, es lo que me pasa a mí cuando ve a alguien subirse a una escalera. Me hacen matar de risa.
Bueno, sigo… Caminamos muchas cuadras. ¡Cuánto hacía que no paseaba tanto! Y llegamos al edificio que iba a ser mi casa. Lindo. Normal. Me saludó una vecina chusma que preguntó si ladraba (¡Viste que hice bien en no ladrar!). El portero ni bolilla. Porque viste que los porteros tienen re-mala onda con los perros. Nos odian. Son más de gatos. Y adentro del departamento me sentí un rey. Me dieron una pelotita y comencé a correr como loco dando círculos. La chica, Laura, jugó un poco conmigo y se fue. Ahí me di cuenta de que no tenía dos “dueños” sino uno. Ella y la chica del día anterior eran sus amigas. Decidí que siempre las voy a querer.
Cuando nos quedamos solos, Pablo me mostró la casa, jugamos un rato. Se tiró al piso conmigo y nos revolcamos como si lucháramos. Me dejé ganar. Se puso contento. Que por un tiempo crea que es el que líder. Me sentí tan bien. Suspiré muchas veces y nos quedamos un rato sentados en el piso. Pablo me abrazó y me dio un beso en la cabeza. Nunca me habían dado un beso. Me dio muchos besos en la cabeza. Me acurruqué a su lado y pensé en lo afortunado que él era. La naturaleza le permitió llorar de emoción, ¡con lágrimas!. Yo no puedo, pero hubiera querido tener lágrimas así. Hasta mañana.
No puedo subir a la cama
Hola, diario. No todas podían ser rosas. Un disgusto. No lo vas a poder creer, primera noche y no me dejaron subir a la cama. ¡Un verdadero disgusto! No entiendo porqué. Andrés me dejaba dormir con él y con su esposa. Para qué hay una cama si no se puede usar, eh.... Bah… Pablo la usa, pero no la quiere compartir. Cada vez que intenté hacerlo me gritó: "¡No!". Intenté cansarlo a fuerza de testarudez, pero no hubo caso. Hasta tuve que recurrir a un truco muy sucio. Apoyé mi hocico en el borde de la cama, con la mirada más lastimosa que me salió, hacia arriba. Le clavé mis mejores ojos tiernos, pero no hubo caso. Pablome armó una camita con unas frazadas, y me dio bronca... Dormí sobre el piso de madera. Un bajón, pero llevo a algún cocker perdido en la sangre, lo pude soportar.
Bueno, pero a pesar del disgusto, sería un poco ingrato decir que lo paso mal. Me dan de comer unas pelotitas que se llaman "alimento balanceado". No es como comer un buen churrasco, pero dicen que me hace bien. Igual, al lado del arroz que venía comiendo, es como un obelisco de churrascos. También me sacan a pasear muchas veces al día y el barrio está lleno de árboles. De todos modos, tengo que explorar un poco más. Mi debilidad es uno que está rodeado de plantas con espinas. Algunos humanos idiotas se creen que yo me voy a pinchar. ¡Pero por favor! ¡Ni me rozan esos pinches! ¡Y sabés cómo se las meo a las plantitas!
Hoy a la noche tengo pensado reincidir en eso de dormir con él. Tiene una cama enorme, de dos plazas, y duerme solo en un rinconcito. Me parece injusto. Si pudiese hablar, che... Sabés cómo lo haría entrar en razones. Mañana te cuento.
Carisma
Hoy lo cagué. Bah… no en el sentido literal de la palabra. Lo jorobé. Otra vez me hizo esa actuación del mandoncito… Que no podés subir a la cama, que a dormir abajo, en la frazadita… ¿Sabés lo que hice? Esperé a que se duerma. ¡Tiene un sueño pesadísimo! Cuando me aseguré de que estaba más o menos por el quinto sueño, muy despacito, sigilosamente, me subí a la cama. ¡Y ni se dio cuenta! Dormí comodísimo, cerca de sus pies, para estar más calentito. Cuando se despertó me pescó in-fraganti. Me miró y dijo, medio dormido: “¿Vos qué hacés acá?”. Me di cuenta de que quería poner cara de malo pero se le piantaba la sonrisa. Achiqué los ojos, bajé mis orejas, metí el rabo entre las patas y le apoyé mi hocico en su panza. Se desarmó. Ahí confirmé una sospecha que tenía desde hacía tiempo: soy carismático. Creo que es algo que se tiene, algo natural. Y bueno, la cosa es que me acarició y como si nada hubiera pasado.
Espero poder seguir haciendo ese truco todas las noches. ¿La frazadita del piso? No se la pienso ni tocar.
Ah... este muchacho Pablo trabaja. Por lo tanto, está unas cuantas horas fuera de casa. La primera vez me inquieté. Pensé que me había abandonado ahí. Muy confortable todo, pero qué hago solo en un departamento si con estas patas que Dios me dio no puedo ni encender un fósforo para hacerme unas salchichas. Me volvió el alma al cuerpo cuando regresó. Me puse contentísimo. Salté, di vueltas, corrí y, finalmente, me puse panza arriba para que me rasque. Me encanta eso. Es el mejor placer que hay sobre la tierra: que te rasquen la panza. Hay un problema cuando te rascan cerca de la costillas. Ahí empezás a hacer "guitarrita" porque te da unas cosquillas... Hoy cuando se fue, divisé en el mejor lugar del departamento un sillón antiguo, precioso. Tenía una funda así que dije: "Si te tengo que esperar, te espero cómodo". Me lo agarré. Cuando volvió no dijo nada. Así que di por sobreentendido que este sillón ahora me pertenece. ¿Hice mal?
La patita
Hola, diario. Ayer me morí de ternura. Pablo inventó un juego buenísimo, que me encanta. El dice todo el tiempo: “Te agarro, te agarro, te agarro”. Y hace como que me va a correr. El departamento no es muy grande, pero yo doy vueltas desesperado por todos lodos, inclusive en los balcones. ¡Me da una desesperación! En un momento dejo que me agarre y me tiro panza arriba y ahí hacemos como que luchamos. Yo le pongo cara de asesino serial, pero sería incapaz de hacerle algo. A veces corremos tanto que me tengo que ir al inodoro a tomar un trago de agua. Pablo odia eso, pero bueno, es lo más práctico. Bueno, pero decía que me morí de ternura porque, después de uno de esos juegos de “te agarro, te agarro”, se quedó haciéndome mimos y, cuando le di la pata para saludarlo, así en modo fraterno, puso una cara de boludooooooo… “¡Ahhhhhhhhhhhh!”, exclamó. ¡Lo emocionó que le de la pata! ¿Vos lo podés creer? Y me seguía diciendo: “A ver la patita”. Y yo le daba con el gusto. “¡Muy bien!”, me dice. Y lo vuelve a hacer a cada rato y le encanta. No sabés… te morís de ternura al verlo. Eso me encanta también de los seres humanos, que los podés hacer felices con cosas tan básicas y sencillas nuestras. Cualquiera sabe dar la patita. Hasta un pequinés creo que lo podría hacer.
Otra. Cuando me dice de ir a la calle o a la plaza, me agarra una alegría que no puedo parar de saltar. Juego a que lo alcanzo y le doy lengüetazos en la cara. ¿Podés creer que también le encanta? Y yo me pregunto: si él se está muriendo de ganas de hacer pis o caca y alguien le dice, vamos al baño… ¿No saltaría de alegría y le daría besos a ese alguien?
Se conmueve con esas cosas sencillas y a mí me da ternura. Hace que cada día lo quiera más.
Ah… te cuento que le volví a hacer el truquito de la cama. Sin que se de cuenta, pum, a la madrugada me subo y duermo tranquilo. A la mañana ya se despierta resignado. Me parece que gané esa.
Hasta mañana.
PD: Todavía no ladré. No quiero causar mala impresión. Creo que piensa que soy mudo. Ay… lo adoro.
Olores de barrio - Morena
Hola, diario. Hoy estuve investigando el barrio. No quisiera perderme y tengo que saber bien adónde estamos viviendo. De todos modos, a veces siento que tengo la concentración de un bambi y ese propósito inicial se transforma en secundario. Sobre todo cuando empiezo a descubrir todos los olores que hay por ahí. Es un barrio típico. No está todo mal, pero tampoco reluce. Vivimos sobre una avenida y, a veces, hay tanto ruido que me sobresalto un poco. Sobre la avenida hay una ensalada de olores que me encanta. Creo que es porque hay muchos negocios donde venden muebles. Para mí, salir cada mañana es como leer el diario para los seres humanos. Huelo todo y me entero hasta el último movimiento de cada perro de la cuadra. Hay que ser amable, así que a cada uno que me encuentro, me yergo y lo saludo moviendo la cola hacia arriba. Me cuesta porque tengo el rabo enroscado, pero a todos les resulto simpático. Sólo me llevo mal con un negro peludo grandote que vive a la vuelta en un almacén chino. Es un viejo malhumorado que se cree que uno le va a robar el almacén. Cada vez que paso, me gruñe. Pero está atado. Entonces yo me paro a la distancia que da su correa, mirándolo con cara de nada. ¡¡¡¡¡Se vuelve loco!!!!! No sabés lo que disfruto ese momento. Tengo que reconocer que algunos de mi especie también son medio tontos.
Después, a la vuelta hay un concheto (pijo, para mis lectores españoles) que no me deja ni que me le acerque. Apenas quiero olerle el culo me pega saltitos así con cara de malo. Todo peinadito, reluciente, con moñito... Es un Yorkshire que vive en una peluquería. Sus dueños también parecen conchetos. De bronca, ahora paso, lo miro de reojo y me voy. Me parece que le ponen perfume porque si lo olés, te quedás sin olfato por unos minutos de tanto olor raro que tiene.
Así te podría contar cada uno de los perros de la manzana. Pero te aburriría. Sólo te quiero hablar de Morena. Es una perrita mestiza como yo que vive en la misma cuadra. ¡No sabés lo que es! ¡Una princesa! Cada vez que aparece me pongo loco. Creo que le gusto. Empezamos a saltar como locos cuando nos vemos. Como anda suelta me corre alrededor y yo me desespero. En un momento observé a Pablo y le dije con la mirada: "Loco, haceme la gamba. No me puedo perder este bomboncito. Te pido, por favor, soltame esta correa. Me tenés atada la pasión". Qué buena comunicación que tenemos, porque aunque con desconfianza, me soltó. Uy... para qué... me puse como loco. Esa perra me mata. Corrimos de esquina a esquina con una velocidad increíble. Pablo y la dueña de Morena nos miraban fascinados. Creo que estoy perdidamente enamorado de esta minita.
Te cuento esto porque el asunto me lleva a dos situaciones. Primero y principal. Morena me pone loco de pasión, pero algo me pasa internamente. Hacemos cosas juntos y nos dejan, sin decirnos nada. Yo me monto, pero hay algo que falta. No sé bien qué es, pero sí te puedo afirmar que me di cuenta de que esas pelotitas que me sacaron sin que me diera cuenta y que tanto me gustaba limpiarme, tienen que ver en el asunto. No quiero alarmarme, pero pienso un poco en el asunto. Bueno, de todos modos, te puedo decir que Morena me sigue despertando todas las pasiones. Esperemos que dure.
La otra situación derivada de esto es que Pablo me empezó a tener un poco más de confianza con el asunto de la correa. Por momentos me la saca y me deja suelto. Lo hace en la cuadra de casa y en la plaza. Me gusta porque me tiene confianza y puedo andar a pata suelta por ahí. Me gané un hogar y un amigo maravilloso, no pienso irme ni alejarme un segundo. Es más, tengo pánico de perderlo. Es la felicidad total. Tengo la libertad que todo perro quiere y un hogar calentito donde dormir. Igual la calle es difícil, esperemos que todo siga bien. Mañana te cuento.
Despertares y miradas
Hola, diario.
Estoy descubriendo que mis mañanas ahora son distintas. Pablo ya se acostumbró a que me suba a la cama y tenemos siempre el mismo ritual. Se despierta (no sabés lo que es con todos los pelos parados), me acerco a él, le doy unos besos, me acaricia y dejo que me rasque la panza. Entonces, despacito, me pongo a su lado, de costado, y uso su brazo de almohada. Entonces nos quedamos así un ratito remoloneando juntitos. Es un placer eterno que dura unos minutos. Después se levanta y hace siempre lo mismo: va al baño y, después, a la cocina a hacerse unos mates. Yo lo sigo a todos lados, obvio. Me encanta mirar lo que hace. Entonces, mientras calienta el agua, me pone un poco de comida en mi plato. Pero yo lo espero y desayunamos juntos. Como el tarda más, me siento a su lado esperando a que me de algo de lo que está comiendo (que siempre es riquísimo). Hacemos todo eso, pero no nos hablamos. No porque estemos peleados, sino que todavía seguimos medio como dormidos. Después él se lava los dientes (una vez le robé un poco de dentífrico y es riquísimo) y es como que se despierta de golpe. Ahí empezamos a hablar y empezamos a jugar al “te agarro, te agarro”. Después me saca a pasear. Dice que es mi derecho adquirido. Tiene razón.
Como verás, es algo sencillo y nada fuera del otro mundo. Pero no puedo dejar de pensar en todos los que quedaron en MAPA. Me acuerdo del viejo grandote que se arrastraba con las patas de atrás. Un auto lo había atropellado y quedó así. También recuerdo a una petisa de pelo ondulado que siempre me miraba desde la otra punta del lugar. Como estábamos atados, no podíamos charlar. Pero me caía bien. Nos comunicábamos así mirándonos nomás. Lo mismo hago con Pablo. El me está enseñando algunas palabras y expresiones de su idioma que ya tengo fijadas en mi mente. Y yo le estoy enseñando a hablar con la mirada. Nos decimos muchas cosas. Y a veces nos quedamos largo rato así charlando con los ojos. Y yo sé lo que él piensa: cambiaría la mitad de su vocabulario sólo por poder conocer la mitad de mi lenguaje. Es duro ser perro. Pero estoy orgulloso de serlo.
Disgusto nocturno
Hola, diario. Estoy angustiado. Muy angustiado. Anoche pasó algo terrible. Pablo no llegó solo a casa. Me saludó como siempre y yo fui cordial con la visita. Inclusive me sacaron a pasear normalmente. Pero había algo que no terminaba de convencerme. Tenía un mal presentimiento. Y así fue. Apenas volvimos a casa, se sacaron la ropa, se metieron en la habitación... ¡Y podés creer que cerraron la puerta! ¡Me sacaron del cuarto que compartimos! Y después fue todo horrible. No sé, pero escuché ruidos raros. En un momento no me contuve y ladré. Pensé que le estaban haciendo algo a mi amigo porque emitía unos sonidos guturales extraños. Luego escuché que la cama se movía. Fue espantoso. Me puse a llorar. No pude contenerme y me puse a llorar. Después de un rato terminaron los ruidos, pero me desconcertaron. Pensé que iban a salir lastimados, mordidos, heridos. Pero salieron contentos, con olores que en mi vida había sentido. No logro comprender qué ocurrió. Pero no me gustó nada. Después me dejaron pasar pero no me pude subir a la cama. Tampoco había lugar como para hacerlo desprevenidamente mientras dormían como lirones. Y no quise. No pude pegar un ojo. Fue un susto tremendo. No tengo dedos hábiles porque sino, en este momento, me encendería un cigarrillo.
Identidad
Hola, diario. Estuve reflexionando acerca de mi identidad. Tengo mucha suerte de que Pablo no me haya cambiado el nombre cuando me conoció. Escuché por ahí que tiene un primo y un amigo que se llaman Francisco. Me lo podría haber cambiado, si hubiera querido. Pero no, parece que le gustó. Sé de muchos perros a los que, cuando tienen nuevo hogar, les cambian el nombre. Y ni te cuento los que viven en la calle. Tienen un nombre distinto en cada negocio que van a manguear caricias o comida. Llega un momento en el que ya no deben recordar cuál es su nombre original. Bueno, la cosa es que me sigo llamando Francisco y no Bobby, Pocho, Pucho, Peludo, Negro, Pelusa, Fido o Firulais.
Es importantísimo porque tener la misma identidad desde que naciste no creo que se de todo el tiempo. Ni en los perros ni en las personas. A mí me gusta mi nombre. Creo que me da personalidad y me convierte en un individuo único. Yo, con esta facha, manchado como vaca, mi cola enroscada y mi cara tricolor, y con el nombre Francisco, soy único en el universo. Bueno, Pabloreafirmó eso al haberme dado ayer mi documento nacional de identidad. Ayer por la tarde llegó y sacó de su bolsillo una chapita con forma de huesito. Me dijo: “Mirá lo que te traje, Francisco. Tu DNI. Tenés que llevarlo siempre colgado para que sepan cómo te llamás y el teléfono de dónde vivís”. Y así fue: me colgó la chapita de mi collar y, cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que me queda fantástica. Estoy menos desnudo. Y ahora sí que voy a caminar tranquilo por la calle con menos miedo de perderme. Todos los perros deberían tener una chapita así, como la mía. Sigo siendo un perro afortunado.
Perfume y jabón
Hola, diario. Ayer salimos a pasear lo más tranquilos por la calle y, oliendo en la ferretería de mitad de cuadra, me enteré de que Morena estaba indispuesta. Había pasado por ahí y dejó su precioso aroma. También me enteré de que unos tipos estuvieron de juerga en la esquina porque había cinco olores distintos que dejaron al orinar. Es que para nosotros, los perros, salir a pasear a la mañana y olfatear todo es el equivalente a leer el diario para las personas. Lo hacés para enterarte de todo lo que pasó durante el día.
Bueno, pero en ese mismo paseo sentí un olor muy fuerte a la vuelta de casa, cerca de la peluquería donde vive el perrito concheto que insulta siempre cuando uno pasa. Era un olor fuertísimo, como de un animal al que desconozco. Me sedujo tanto que me tiré al piso panza arriba y me revolqué refregando mi lomo sobre todo el sector olorizado. Uy… qué placer… Fue un revolcón frenético, con ganas. Dejé que todo ese aroma me cubra el lomo y recién ahí me incorporé. Estaba feliz de estar así, perfumado. Pero los placeres de la vida duran poco. Pablo puso el grito en el cielo. Me empezó a retar con una ametralladora de “no”. “No, no, no, no, no, no, no, no”, disparaba. ¿Qué hice de malo? ¿Acaso él no se perfuma todas las mañanas con un líquido horroroso que tiene en un frasquito y que me hace estornudar? Bueno, se enfureció. Me agarró del collar, me puso la correa y me llevó a casa repitiéndome todo el tiempo que era un asqueroso. ¡Uy, cómo arrugaba la nariz cada vez que me olía! Un exagerado. Me parece que no sabe de ciertos placeres.
Cuando llegamos a casa siguió protestando, se metió en el baño y abrió la ducha. Me sorprendió. “Estoy viviendo con un loco”, pensé. “Me perfumo yo y se va a bañar él”. Bueno, me había equivocado. Me desnudó… es decir, me sacó el collar, y me metió adentro de la bañera, debajo de esa ducha de agua tibia. Al principio lo putée por dentro. En un segundo quedé todo mojado y me llenó el cuerpo de una espuma que, debo reconocer, olía bastante bien (No sé por qué, pero me encanta lamer la espuma del jabón blanco.). La cosa es que me estaban dando mi primer baño en mucho tiempo. Me hizo recordar que Andrés me había bañado un par de veces en su patio, pero con una manguera. Era muy chiquito. ¡Qué placer que es bañarse! Yo no sé si a mis otros congéneres les gustará, pero a mí me fascina. Me encanta meter la cara debajo de la ducha y que el agua te pegue en la frente y en el hocico. Y cuando Pablo me tira agua tibia con un jarrito en la panza, me da una sensación divina de placer. Ah… a él le gusta tapar la bañera, entonces yo aprovecho y, con las patas delanteras, me pongo a chapotear. ¡Lo mojo todo! Pero le causa gracia. Eso sirvió para distender la situación anterior. Se sacó la remera, dejó que lo moje y nos cagamos de risa por un buen rato.
Después, me secó con una toalla que, según dijo, sería mía para siempre.
El baño es toda una ceremonia en casa. Pablo desparrama papeles de diario por todo el piso para que yo pueda revolcarme en ellos y termine de secarme. Y siempre, siempre, después del secado, me dice: “Estás re-lindo, Francisco”. Y me abraza y me caricia el pelo, que me queda todo suave. Esto sí que es vida. Si supieran los muchachos de MAPA...
La comida
Hola, diario. Vengo mal, che. Hoy vomité. Qué sensación asquerosa. Pablo se asustó y yo aproveché esa situación para poner cara de sufrimiento. No sólo no me retó por haber ensuciado el living sino que me rascó la panza y me abrazó por miedo a que me enferme. Me dijo varias veces “pobrecitooooo”. Ya aprendí el significado de otra palabra. “Pobrecitooooo” significa compasión. Me dolía un poco la panza y el resultado de ese dolor se vio en la calle, cuando me sacó a pasear. Uy… qué sensación de frío tan horrible. Pablo discutió a los gritos con un portero porque me agarraron ganas, justo en la vereda del departamento en el que trabajaba. Me asusté. Pensé que se iban a morder. Pero no, se ladraron un poco y nos fuimos. No sé si te dije, pero los porteros son los peores enemigos del perro. Siempre te miran de reojo, con las cejas hacia abajo y una energía que hace que se te erice la cruz.
Volvimos a casa y vi con mucho cariño una galletita con queso untable, sobre la mesa, que me miraba y me decía: “Francisco, comeme”. Te juro que me hubiera erguido en dos patas y en medio segundo la hubiese devorado. Pero no tuve fuerzas. Tampoco ganas. Es que con mi estómago tenemos una comunicación increíble. En esta ocasión me decía que no debía comerme esa galletita. Pero en otros casos todo el tiempo me está reclamando alimento. Y esta ausencia de apetito me hizo dar cuenta de que mi descompostura se debía a todo lo que comí el día anterior.
Pablo me compra el mejor alimento balanceado (no voy a decir la marca porque no conseguí el auspicio) y me comí la medida diaria que me da. A eso hay que sumarle los pedacitos de galletitas de agua que me dio mientras él desayunaba; los restos de carne de pollo que me dio después del almuerzo; un pedazo de hamburguesa que me comí en la calle sin que él se de cuenta; los restos de un alfajor que también comí a hurtadillas en la calle; un par de porquerías que conseguí en el tacho de basura; y un poco de caca de gato que encontré en la plaza. Me parece que fue mucho. Pero insisto, es el estómago que me taladra el cerebro reclamándome todo el tiempo alimento. Ya lo asumí: sufro de hambre crónica.
Pablo no me deja que lo moleste cuando él come, pero yo me quedo siempre paradito muy cerca de él, observándolo con cara de sufrimiento. Entonces siempre me da algo cuando termina. Un día escuché que el veterinario le dijo que no me podía dar dulces, que con eso me podía matar. Entonces estoy resignado a que muy rara vez en mi vida pueda probar algo con azúcar. Tampoco me da salsas, ni nada de esas comidas que mejor olor tienen. Digo yo: eso es egoísmo. Yo no tendría inconveniente en cederle un poco de mi alimento balanceado. Generalmente, la comida te mira a los ojos y te pide que la comas. ¿Por qué no responder a lo que la naturaleza demanda?
La cosa es que ahora me duele la panza y no me siento bien. Pero ya se me va a pasar y podré volver a desear comerme todo. Yo voy a seguir robando restos alimenticios de la calle, tratando de que no me vean; y mangueándole comida a quien coma. Porque si en la calle todo el tiempo te manguean plata… ¿por qué no puedo yo garronear un poco de morfi? Me duele la panza, te dejo.
Reflexión y autocrítica
Hoy estoy enojado y ofendido. Sí, lo admito: soy escatológico. ¿Y qué?
Deliciosos problemas
Sí, soy escatológico. Ya se me pasó la bronca de ayer. Te cuento lo que me pasó, diario. Porque estoy en crisis con mi nariz. A mí los olores me matan de curiosidad y allí donde descubro algo nuevo, meto la napia para enterarme de qué se trata. El asunto es que las personas no entienden de eso porque me parece que, con su olfato, no podrían diferenciar un pescado de un marisco.
Todo comenzó el otro día, cuando estuve descompuesto. Ya te conté que vomité. ¿Bueno, por qué desperdiciar todo eso que largué? Intenté recuperarlo y volver a ingerirlo, además, no quería dejar tan sucio el piso de la casa. Pero apenas comencé a hacerlo, Pablo puso el grito en el cielo y comenzó su ametralladora de “no”. Y bueno, le hice caso. Confieso que me asusta cuando fruce las cejas. Y sus “no” suenan más fuerte que cualquier ladrido mío.
Bueno, pasó.
Ayer llamó mucho mi atención un olor muy fuerte en la calle. Era en un rincón inmundo, donde no hay ni edificio, ni nada. Sólo yuyos. Baldío le dicen. El olor era interesante y lo probé. Cuando abrí la boca mirando a Pablo, ese aroma no muy amigable para los humanos transformó su rostro como si le hubiera arrojado ácido. Y el clima se volvió tormentoso, casi de inmediato. Me llevaron a casa de prepo y me lavaron la boca con un líquido riquísimo que tenía gusto a menta (sé de qué se trata porque una vez me comí medio dentífrico).
A la tarde se fue a trabajar y, como yo estaba aburrido, se me ocurrió investigar en el tacho de basura. Yo todavía no entiendo por qué las personas tiran algunas cosas que se pueden usar, precisamente, para llenar la panza. Había un esqueleto de churrasco que me mantuvo entretenido más de una hora; unos potes vacíos de yogur que me sirvieron para cambiar de sabor y lamerlos un rato; un pedazo de zanahoria y restos de café, que me encantaron. Claro que quedó todo demasiado desparramado.
Te lo resumo: me dejaron en el balcón como una hora, castigado.
Por eso, diario, estoy en crisis. No con mi vida, ni con mi nuevo amigo, ni con mi hogar. Con mi nariz. Me trae problemas. Deliciosos problemas.
Extrañar
Hola, diario. Ayer estuve desconcertado buena parte del día. Pablo se despertó, desayunamos con nuestro ritual de siempre, sin hablarnos. Cuando abrimos los ojos al día, jugamos un poquito y salimos a pasear, como siempre. Pero Pablo volvió y se vistió distinto. Cuando quise pararme en dos patas y tomarlo del brazo, como siempre a él le gusta, no quiso. “No me ensucies”, dijo. Qué se yo… Cada loco con su mambo, pensé. Pero antes de irse, me dio un regalo: un hueso hecho de cuero seco. Al principio pensé que era para jugar y lo revolee, le salté encima, corrí alrededor, pero empecé a olfatearlo bien y me di cuenta de que se podía comer. ¡Qué bueno que estaba! Estuve como dos horas y pico mordiéndolo y devorándolo. Terminé y fui a buscar el tacho de basura. El muy pillo lo puso sobre una mesa para que no pueda hurgar nada. Me aburrí y me acosté en mi sillón favorito.
Pasaron las horas, unas cuantas horas y no regresaba. Perdí la noción del tiempo, pero ya tenía ganas de hacer mis necesidades fisiológicas, cuando escuché que alguien abría la puerta. Era una mujer mayor. Tenía algunos rasgos parecidos aPablo. Digamos… no era Pablo con peluca, pero… ¡Era la madre! Claro, cómo no darme cuenta. Me acarició mucho y no paraba de hablarme. Me hizo sentir menos perro y más humano porque hasta me preguntaba cosas. ¡Qué desesperación! No podía responderle. Entonces, sin quererlo, caí en una especie de juego de “dígalo con mímica”, para que adivine qué pensaba. Pero me di cuenta de que era inútil, porque con sus preguntas, ella misma se hacía las respuestas. Me dio una ternuraaaaaa… La adoré. La adopté para mí, como mi abuela. Dije: “Vos vas a ser mi abuela”. Además, te cuento algo importantísimo: se hizo unas hamburguesas… ¡Y me dio una entera para mí solo! Eso es auténtica generosidad.
Pero después de haberme sacado a pasear y mimarme un poco más, se fue. Y volví a quedarme solo. Y pasé la noche solo. No entendía nada. Pensé que me habían abandonado otra vez y sentí que el mundo se me derrumbaba. Qué iba a hacer solo, ahí cuando se me terminara la comida. Si ni siquiera sé abrir el picaporte de la puerta como para salir. Y mucho menos usar esas cositas ruidosas que les llaman llaves. Pero lo peor fue pensar en no tener nunca más a Pablo durmiendo calentito a mi lado en su cama mullida. Pensé en qué sería mi vida sin ese ritual de las mañanas, tan cariñoso, como silencioso, amable y cálido. Pensé en qué pasaría si nadie me dice más “no, no, no, no, no, no”. Hasta eso extrañaría… ¡Esa era la palabra! ¡Eso era lo que me pasaba! Estaba aprendiendo a extrañar. Ya mi vida no es la misma desde que estoy acá. Ahora, siempre que sepa que Pabloestá en algún lado, estaré pensando en el momento en que regrese. Todas esas horas en las que extrañé, sufrí, pero también sentí que tengo una capacidad de amar enorme. Y aunque esa señora hermosa, amable y que te pregunta cosas, vuelva y se quede a mi lado para siempre, todo el tiempo estaré esperando a que Pablo regrese.
¿Y podés creer que volvió a la mañana del día siguiente? ¡Cómo me hubiera gustado poder retarlo y ametrallarlo con sus “no, no, no, no, no, no, no”! Pero no pude… Cuando entró me eché panza arriba, con el rabo entre las patas y, luego que me acarició la panza, me incorporé, le puse mis dos patas delanteras en sus hombros y nos abrazamos. ¡Como lo besuquié! Obvio, los humanos tienen tanto ego, que le encantó.
La plaza
Hola, diario. Los otros días, Pablo me llevó a pasear a una plaza. ¡Cómo nos divertimos! Jugamos a un juego divertidísimo. Él busca un palito consistente y lo arroja bien lejos. Apenas lo hace, yo salgo corriendo, como una ráfaga, hasta que lo atrapo, y se lo devuelvo. Así me puedo pasar horas. A veces, cuando le llevo el palito con los dientes, hago como que no se lo quiero devolver y tironeamos, hasta que nos caemos al pasto. Yo gruño y hago como que lo voy a deshacer a pedazos. ¡Cómo nos cagamos de risa! Después estuve corriendo en círculos con otros perros, hasta que uno peludo y roñoso me hizo calentar. Se hacía el mandón y, herguía el pechito y me empujaba con las patas delanteras. ¡Pero, por favor! ¡Cancherito saparrastroso! ¿Sabés todo lo que tenés que hacer para hacerte el macho Alfa conmigo? Le gruñí un par de veces y dije: "No juego más". Lo lamenté por un par de pequinesas que eran macanudas, pero me fui.
Después nos sentamos a descansar en unos escalones que te llevaban a una mole de cemento que, arriba, tenía a un tipo de traje, todo duro, que no se movía y era humillado por cuatro palomas que se posaban sobre sus hombros y su cabeza. CuandoPablo se dio cuenta de que lo miraba con compasión, me aclaró que a eso le llaman estatua. Jamás quisiera que me hagan una estatua cuando me muera. ¿Para qué? ¿Para que unas palomas hediondas me hagan caca encima?
Eso me dio una idea. A lo lejos vi a una señora que le daba de comer a un grupo de unas veinte o treinta palomas. Fijé la mirada y dije: "Esto es por el honor de ese hombre duro, estatua, humillado por las palomas". Emprendí carrera, como un rayo, y les pegué un susto que no se olvidarán más en su vida. Volaron y nos llenaron de plumas y piojos. La señora me dijo algunas cosas feas, pero no me importó. Igual, como las palomas son voraces, regresaron cuando vieron que yo me había alejado. Di cuarenta pasos (en realidad diez, pero tengo cuatro patas), giré y rápidamente emprendí de nuevo contra ellas, que volaron enseguida. La señora volvió a gritarme y Pablo, obvio, disparó su ametralladora de "no, no, no, no, no". Yo me cagué de risa. Si no iba a hacerles nada.
Me eché meaditas por casi todos los árboles y no me subí a los juegos infantiles porque había un cartel que prohibía la entrada a los perros. Creo que siempre voy a querer volver a la plaza. Es para los perros lo que el bar es para los humanos porteños.
Pulguitas
Hola, diario. Si escribo pausado es porque me pica mucho... Hay un montón de gente viviendo en mi cuerpo. ¡¡¡¡Los vi!!!! Se mueven todo el tiempo, caminan y saltan por mi panza y mi lomo como si yo fuera una autopista. Es intolerable. Trato de encontrarle la vuelta al problema. Con la pata de atrás, me puedo rascar los costados y la cabeza; y con los dientes, me puedo rascar la panza (incluso he matado o me he comido a algunos). Pero el problema es en el lomo. ¡Uy, qué desesperación cuando me pasa eso! Me tengo que tirar panza arriba y refregarme el lomo contra el piso. Es divertido y más divertido es pensar que estoy aplastando a todos esos bichos que me invadieron y que se creen que mis pelos son un bosque de eucalipto.
No sé bien dónde me los pesqué. Creo que en la plaza, estoy casi seguro. O a lo mejor me lo contagió ese perro peludo roñoso que se quería hacer el líder. Ayer estuve desesperado y casi todo el día deprimido, mufado por esto.
Pero tengo suerte. Viste cómo es Pablo... Me vio triste y se empezó a desesperar (a veces creo que las personas se ahogan en un vaso de agua). ¡Podés creer que me llevó al veterinario por eso! Yo temblé. Tenía miedo de que otra vez me pinchen y me hagan cosas. No, el tipo era un macanudo. Me acarició, me miró entre los pelos y me regaló una golosina. Escuché que dijo: "Tiene pulgas". Entonces Pablo me miró y me preguntó: "¿Tenés pulguitas, Francisco?" (si le respondiera hablando, se cae de espaldas). Me sirvió para identificar esa palabra: Pulguitas. De ahora en más "pulguitas" era el enemigo. Ahora sé que esos seres inmundos que viven en mi cuerpo y me pican se llaman pulguitas. Nombre simpático para esos turros.
El veterinario nos vendió una cajita y le dio instrucciones raras a Pablo, señalando mi lomo. Cuando llegamos a casa, abrió la cajita y sacó un "cosito" que le llama pipeta. Lo abrió y empezó a ponerme gotitas en tres puntos distintos de la nuca y del lomo. ¡¡¡Uy qué escalofrío!!! Un espanto la sensación que tuve. Empecé a caminar rápido por toda la casa y con un leve bamboleo, como si estuviera bailando una salsa. Me duró un buen rato y sentí como todas esas "pulguitas" hacían un quilombo bárbaro en mi cuerpo. Corrían, saltaban... las imaginaba tomándose de las mechas, desesperadas, para luego caer redondas, fulminadas por la pipeta salvadora. Bueno, así fue. Bastante rápido el trámite.
Hoy estoy sin rascarme, pero con unas ronchas tremendas. Y me puse a reflexionar sobre nosotros, los animales. El ser humano, es claro, que sirve para cuidar a los perros; las vacas, para dar la leche; los pajaritos, para hacer vistoso el cielo; los gatos, para que los persigas; las cotorras, para burlarse de vos cuando pasás... ¿Y las pulguitas? ¡¡¡Para picar a los perros!!! ¡¡¡Para cagarte la vida!!! Qué finalidad tan patética. Y caí en la pregunta clave: ¿Y los perros? Mi respuesta fue soberbia, ególatra, pero verdadera: para dar amor. Es lo mejor que sabemos hacer.
De música, reflejos, gestos y mañanas alegres
Hola, diario.
Yo soy Francisco. Hace casi seis meses que estoy en este lugar que llaman MAPA y nadie me viene a buscar. Aunque me tratan bien, no está bueno estar acá. Estoy atado con mi cadena de siempre a la pata de una jaula y siempre me enredo. Una porquería. De pronto tengo medio metro para moverme y doy tantas vueltas que me quedo como apretado. Me dan arroz. Puaj. Pero cuando hay hambre... Son cosas que le pasan a uno por ser pobre.
En las jaulas de arriba tengo perros y gatos y los olores que tienen me marean. Ya hace dos días que no tengo más esas pelotitas que me gustaba tanto lamer. Ahora me quedó un hilo cosido que me da un poco de asco. Con un poco de paciencia, tal vez, pueda sacarlo. Los días pasan, pero la gente que entra sólo mira a los cachorritos. Claro que está Andrés. Aunque no puede estar todo el tiempo conmigo. El me tuvo en su casa bastante tiempo y lo amo. Pero el suegro me pegaba con una escoba, así que me trajo acá para protegerme y conseguirme un hogar mejor. Sé que sufre y que algún día no lo voy a ver más. Eso me pone muy triste y hace que muchas veces me recueste en el piso con la cabeza entre las patas y la mirada perdida. Lo quiero a Andrés. Está en este lugar de vigilante voluntario sólo porque me trajo. Eso es amor.
Hoy ocurrió el milagro. Bah... no sé, ojalá. Entró un tipo con cara de simpático, junto a una chica. Todos los pibes de las jaulas de arriba, gatos incluidos, como siempre, empezaron a hacer fiesta y a llamar la atención. ¡Cómo los detesto cuando hacen eso! Tengo que aprender del viejo que tengo a dos metros míos. El ni se mueve. Ya está resignado. Yo, viste que no puedo evitar ser amable y salté para darle la bienvenida al tipo. Tengo un truco que a veces resulta: Me paro en dos patas y con las de adelante, te agarro el brazo, y te miro con cara de "llevame". Esta vez fue distinto. Al tipo le encantó eso y no miró a ningún cachorrito. Se agachó y se puso a acariciarme. Yo me volví loco. Empecé a saltar, a dar vueltas en mi eje y, aunque quise contenerme, no pude y me puse panza arriba. Ay, qué lindo cómo me rascaron la panza entre los dos. Escuché que el tipo le dijo a la chica: "Es re-simpático". Después se alejó y preguntó en el mostrador cómo tenía que hacer para llevarme. Yo paré mis orejas y tenía ganas de llorar de la emoción. También me quise contener, pero largué un chillido. "¿Te vas, Francisco?", me preguntó Andrés. Y con la mirada le dije: "Creo que sí". El tipo saludó a todos, volvió a acariciarme y sentí que estábamos hechos el uno para el otro. Dijo que volvería a buscarme mañana. Suspiré. Lo vi alejarse con una sonrisa que le llenaba la cara, le di la patita a Andrés -que se acercó a acariciarme con bondad-, y me recosté a su lado con una esperanza que me hacía latir el corazón cada vez más fuerte. Tal vez vuelva a ser feliz.
El día más feliz de mi vida
¡Hola diario!
Estoy chocho. Así nomás. A la mañana volvió el tipo de chiva (con otra chica… ¿qué onda?) y me vino a buscar. No lo podía creer. Me paré en dos patas tomando su brazo y empecé a sacudir la cola tanto que pensé que se me iba a salir. Por las dudas la busqué, pero ahí estaba. A él le causó gracia. Otro punto a favor. Pagaron mis vacunas, le dieron un carnecito con mi nombre y escuché… ¡que tengo apellido! Parece que los veterinarios te anotan con el apellido de tu adoptante. Es fantástico porque es como que te dan el certificado de familia. Ay, estoy chocho. Me vinieron a saludar todos. La chica rubiecita que me mimaba a veces y que es voluntaria en MAPA lagrimeó un poco. Me parece que todos pensaban que no me iba a adoptar nadie. La señora amable del negocio se asomó y, como siempre, yo me paré en dos patas y apoyé las delanteras en el mostrador. Lógico: me dio un palito de hueso molido. Me encantan. Me felicitó y le dijo al tipo: “Te llevás al perro más dulce del mundo”. Guau… ¡Yo soy dulce! Y me sale así nomás… naturalmente. También me vinieron a saludar los veterinarios. Hasta la bruja esa que me subía todo el tiempo a esa camilla metálica helada para que le preste un poco de mi sangre a otros perros enfermos. Y bueno… si se puede colaborar… El tipo estaba contento también. Ahí me enteré de que se llama Pablo. Me gustó el nombre. Tiene cara de Pablo. Los dos tenemos nombres de personas. Eso está bueno, pensé. La chica se llama Laura y escuché que la del día anterior se llamaba Marcela. Sólo hubo un momento triste: cuando vino Andrés a despedirse. Lo vi emocionado. Entre contento y angustiado. Le explicó a Pablo que habíamos sido compañeros un tiempo y sé que le dijo que podía verme cuando quisiera. Le di muchos besos. Nunca lo voy a olvidar.
Me pusieron la correa y nos fuimos los tres. ¡¡¡¡Libertad!!!! Tenía ganas de comenzar a ladrar, pero pensé que no estaba bien. Tengo que dejar muy buena impresión por lo menos el primer tiempo. Pero salté un poco. Enseguida hice pis y caca y se murieron de risa cuando empecé a hacer el gesto de arrastrar mis patas para atrás, como si tapara lo que hice. ¡Les encantó! Hay gestos naturales de uno que le causan tanta gracia a los humanos… Qué se yo… No sé por qué será. Bueno, es lo que me pasa a mí cuando ve a alguien subirse a una escalera. Me hacen matar de risa.
Bueno, sigo… Caminamos muchas cuadras. ¡Cuánto hacía que no paseaba tanto! Y llegamos al edificio que iba a ser mi casa. Lindo. Normal. Me saludó una vecina chusma que preguntó si ladraba (¡Viste que hice bien en no ladrar!). El portero ni bolilla. Porque viste que los porteros tienen re-mala onda con los perros. Nos odian. Son más de gatos. Y adentro del departamento me sentí un rey. Me dieron una pelotita y comencé a correr como loco dando círculos. La chica, Laura, jugó un poco conmigo y se fue. Ahí me di cuenta de que no tenía dos “dueños” sino uno. Ella y la chica del día anterior eran sus amigas. Decidí que siempre las voy a querer.
Cuando nos quedamos solos, Pablo me mostró la casa, jugamos un rato. Se tiró al piso conmigo y nos revolcamos como si lucháramos. Me dejé ganar. Se puso contento. Que por un tiempo crea que es el que líder. Me sentí tan bien. Suspiré muchas veces y nos quedamos un rato sentados en el piso. Pablo me abrazó y me dio un beso en la cabeza. Nunca me habían dado un beso. Me dio muchos besos en la cabeza. Me acurruqué a su lado y pensé en lo afortunado que él era. La naturaleza le permitió llorar de emoción, ¡con lágrimas!. Yo no puedo, pero hubiera querido tener lágrimas así. Hasta mañana.
No puedo subir a la cama
Hola, diario. No todas podían ser rosas. Un disgusto. No lo vas a poder creer, primera noche y no me dejaron subir a la cama. ¡Un verdadero disgusto! No entiendo porqué. Andrés me dejaba dormir con él y con su esposa. Para qué hay una cama si no se puede usar, eh.... Bah… Pablo la usa, pero no la quiere compartir. Cada vez que intenté hacerlo me gritó: "¡No!". Intenté cansarlo a fuerza de testarudez, pero no hubo caso. Hasta tuve que recurrir a un truco muy sucio. Apoyé mi hocico en el borde de la cama, con la mirada más lastimosa que me salió, hacia arriba. Le clavé mis mejores ojos tiernos, pero no hubo caso. Pablome armó una camita con unas frazadas, y me dio bronca... Dormí sobre el piso de madera. Un bajón, pero llevo a algún cocker perdido en la sangre, lo pude soportar.
Bueno, pero a pesar del disgusto, sería un poco ingrato decir que lo paso mal. Me dan de comer unas pelotitas que se llaman "alimento balanceado". No es como comer un buen churrasco, pero dicen que me hace bien. Igual, al lado del arroz que venía comiendo, es como un obelisco de churrascos. También me sacan a pasear muchas veces al día y el barrio está lleno de árboles. De todos modos, tengo que explorar un poco más. Mi debilidad es uno que está rodeado de plantas con espinas. Algunos humanos idiotas se creen que yo me voy a pinchar. ¡Pero por favor! ¡Ni me rozan esos pinches! ¡Y sabés cómo se las meo a las plantitas!
Hoy a la noche tengo pensado reincidir en eso de dormir con él. Tiene una cama enorme, de dos plazas, y duerme solo en un rinconcito. Me parece injusto. Si pudiese hablar, che... Sabés cómo lo haría entrar en razones. Mañana te cuento.
Carisma
Hoy lo cagué. Bah… no en el sentido literal de la palabra. Lo jorobé. Otra vez me hizo esa actuación del mandoncito… Que no podés subir a la cama, que a dormir abajo, en la frazadita… ¿Sabés lo que hice? Esperé a que se duerma. ¡Tiene un sueño pesadísimo! Cuando me aseguré de que estaba más o menos por el quinto sueño, muy despacito, sigilosamente, me subí a la cama. ¡Y ni se dio cuenta! Dormí comodísimo, cerca de sus pies, para estar más calentito. Cuando se despertó me pescó in-fraganti. Me miró y dijo, medio dormido: “¿Vos qué hacés acá?”. Me di cuenta de que quería poner cara de malo pero se le piantaba la sonrisa. Achiqué los ojos, bajé mis orejas, metí el rabo entre las patas y le apoyé mi hocico en su panza. Se desarmó. Ahí confirmé una sospecha que tenía desde hacía tiempo: soy carismático. Creo que es algo que se tiene, algo natural. Y bueno, la cosa es que me acarició y como si nada hubiera pasado.
Espero poder seguir haciendo ese truco todas las noches. ¿La frazadita del piso? No se la pienso ni tocar.
Ah... este muchacho Pablo trabaja. Por lo tanto, está unas cuantas horas fuera de casa. La primera vez me inquieté. Pensé que me había abandonado ahí. Muy confortable todo, pero qué hago solo en un departamento si con estas patas que Dios me dio no puedo ni encender un fósforo para hacerme unas salchichas. Me volvió el alma al cuerpo cuando regresó. Me puse contentísimo. Salté, di vueltas, corrí y, finalmente, me puse panza arriba para que me rasque. Me encanta eso. Es el mejor placer que hay sobre la tierra: que te rasquen la panza. Hay un problema cuando te rascan cerca de la costillas. Ahí empezás a hacer "guitarrita" porque te da unas cosquillas... Hoy cuando se fue, divisé en el mejor lugar del departamento un sillón antiguo, precioso. Tenía una funda así que dije: "Si te tengo que esperar, te espero cómodo". Me lo agarré. Cuando volvió no dijo nada. Así que di por sobreentendido que este sillón ahora me pertenece. ¿Hice mal?
La patita
Hola, diario. Ayer me morí de ternura. Pablo inventó un juego buenísimo, que me encanta. El dice todo el tiempo: “Te agarro, te agarro, te agarro”. Y hace como que me va a correr. El departamento no es muy grande, pero yo doy vueltas desesperado por todos lodos, inclusive en los balcones. ¡Me da una desesperación! En un momento dejo que me agarre y me tiro panza arriba y ahí hacemos como que luchamos. Yo le pongo cara de asesino serial, pero sería incapaz de hacerle algo. A veces corremos tanto que me tengo que ir al inodoro a tomar un trago de agua. Pablo odia eso, pero bueno, es lo más práctico. Bueno, pero decía que me morí de ternura porque, después de uno de esos juegos de “te agarro, te agarro”, se quedó haciéndome mimos y, cuando le di la pata para saludarlo, así en modo fraterno, puso una cara de boludooooooo… “¡Ahhhhhhhhhhhh!”, exclamó. ¡Lo emocionó que le de la pata! ¿Vos lo podés creer? Y me seguía diciendo: “A ver la patita”. Y yo le daba con el gusto. “¡Muy bien!”, me dice. Y lo vuelve a hacer a cada rato y le encanta. No sabés… te morís de ternura al verlo. Eso me encanta también de los seres humanos, que los podés hacer felices con cosas tan básicas y sencillas nuestras. Cualquiera sabe dar la patita. Hasta un pequinés creo que lo podría hacer.
Otra. Cuando me dice de ir a la calle o a la plaza, me agarra una alegría que no puedo parar de saltar. Juego a que lo alcanzo y le doy lengüetazos en la cara. ¿Podés creer que también le encanta? Y yo me pregunto: si él se está muriendo de ganas de hacer pis o caca y alguien le dice, vamos al baño… ¿No saltaría de alegría y le daría besos a ese alguien?
Se conmueve con esas cosas sencillas y a mí me da ternura. Hace que cada día lo quiera más.
Ah… te cuento que le volví a hacer el truquito de la cama. Sin que se de cuenta, pum, a la madrugada me subo y duermo tranquilo. A la mañana ya se despierta resignado. Me parece que gané esa.
Hasta mañana.
PD: Todavía no ladré. No quiero causar mala impresión. Creo que piensa que soy mudo. Ay… lo adoro.
Olores de barrio - Morena
Hola, diario. Hoy estuve investigando el barrio. No quisiera perderme y tengo que saber bien adónde estamos viviendo. De todos modos, a veces siento que tengo la concentración de un bambi y ese propósito inicial se transforma en secundario. Sobre todo cuando empiezo a descubrir todos los olores que hay por ahí. Es un barrio típico. No está todo mal, pero tampoco reluce. Vivimos sobre una avenida y, a veces, hay tanto ruido que me sobresalto un poco. Sobre la avenida hay una ensalada de olores que me encanta. Creo que es porque hay muchos negocios donde venden muebles. Para mí, salir cada mañana es como leer el diario para los seres humanos. Huelo todo y me entero hasta el último movimiento de cada perro de la cuadra. Hay que ser amable, así que a cada uno que me encuentro, me yergo y lo saludo moviendo la cola hacia arriba. Me cuesta porque tengo el rabo enroscado, pero a todos les resulto simpático. Sólo me llevo mal con un negro peludo grandote que vive a la vuelta en un almacén chino. Es un viejo malhumorado que se cree que uno le va a robar el almacén. Cada vez que paso, me gruñe. Pero está atado. Entonces yo me paro a la distancia que da su correa, mirándolo con cara de nada. ¡¡¡¡¡Se vuelve loco!!!!! No sabés lo que disfruto ese momento. Tengo que reconocer que algunos de mi especie también son medio tontos.
Después, a la vuelta hay un concheto (pijo, para mis lectores españoles) que no me deja ni que me le acerque. Apenas quiero olerle el culo me pega saltitos así con cara de malo. Todo peinadito, reluciente, con moñito... Es un Yorkshire que vive en una peluquería. Sus dueños también parecen conchetos. De bronca, ahora paso, lo miro de reojo y me voy. Me parece que le ponen perfume porque si lo olés, te quedás sin olfato por unos minutos de tanto olor raro que tiene.
Así te podría contar cada uno de los perros de la manzana. Pero te aburriría. Sólo te quiero hablar de Morena. Es una perrita mestiza como yo que vive en la misma cuadra. ¡No sabés lo que es! ¡Una princesa! Cada vez que aparece me pongo loco. Creo que le gusto. Empezamos a saltar como locos cuando nos vemos. Como anda suelta me corre alrededor y yo me desespero. En un momento observé a Pablo y le dije con la mirada: "Loco, haceme la gamba. No me puedo perder este bomboncito. Te pido, por favor, soltame esta correa. Me tenés atada la pasión". Qué buena comunicación que tenemos, porque aunque con desconfianza, me soltó. Uy... para qué... me puse como loco. Esa perra me mata. Corrimos de esquina a esquina con una velocidad increíble. Pablo y la dueña de Morena nos miraban fascinados. Creo que estoy perdidamente enamorado de esta minita.
Te cuento esto porque el asunto me lleva a dos situaciones. Primero y principal. Morena me pone loco de pasión, pero algo me pasa internamente. Hacemos cosas juntos y nos dejan, sin decirnos nada. Yo me monto, pero hay algo que falta. No sé bien qué es, pero sí te puedo afirmar que me di cuenta de que esas pelotitas que me sacaron sin que me diera cuenta y que tanto me gustaba limpiarme, tienen que ver en el asunto. No quiero alarmarme, pero pienso un poco en el asunto. Bueno, de todos modos, te puedo decir que Morena me sigue despertando todas las pasiones. Esperemos que dure.
La otra situación derivada de esto es que Pablo me empezó a tener un poco más de confianza con el asunto de la correa. Por momentos me la saca y me deja suelto. Lo hace en la cuadra de casa y en la plaza. Me gusta porque me tiene confianza y puedo andar a pata suelta por ahí. Me gané un hogar y un amigo maravilloso, no pienso irme ni alejarme un segundo. Es más, tengo pánico de perderlo. Es la felicidad total. Tengo la libertad que todo perro quiere y un hogar calentito donde dormir. Igual la calle es difícil, esperemos que todo siga bien. Mañana te cuento.
Despertares y miradas
Hola, diario.
Estoy descubriendo que mis mañanas ahora son distintas. Pablo ya se acostumbró a que me suba a la cama y tenemos siempre el mismo ritual. Se despierta (no sabés lo que es con todos los pelos parados), me acerco a él, le doy unos besos, me acaricia y dejo que me rasque la panza. Entonces, despacito, me pongo a su lado, de costado, y uso su brazo de almohada. Entonces nos quedamos así un ratito remoloneando juntitos. Es un placer eterno que dura unos minutos. Después se levanta y hace siempre lo mismo: va al baño y, después, a la cocina a hacerse unos mates. Yo lo sigo a todos lados, obvio. Me encanta mirar lo que hace. Entonces, mientras calienta el agua, me pone un poco de comida en mi plato. Pero yo lo espero y desayunamos juntos. Como el tarda más, me siento a su lado esperando a que me de algo de lo que está comiendo (que siempre es riquísimo). Hacemos todo eso, pero no nos hablamos. No porque estemos peleados, sino que todavía seguimos medio como dormidos. Después él se lava los dientes (una vez le robé un poco de dentífrico y es riquísimo) y es como que se despierta de golpe. Ahí empezamos a hablar y empezamos a jugar al “te agarro, te agarro”. Después me saca a pasear. Dice que es mi derecho adquirido. Tiene razón.
Como verás, es algo sencillo y nada fuera del otro mundo. Pero no puedo dejar de pensar en todos los que quedaron en MAPA. Me acuerdo del viejo grandote que se arrastraba con las patas de atrás. Un auto lo había atropellado y quedó así. También recuerdo a una petisa de pelo ondulado que siempre me miraba desde la otra punta del lugar. Como estábamos atados, no podíamos charlar. Pero me caía bien. Nos comunicábamos así mirándonos nomás. Lo mismo hago con Pablo. El me está enseñando algunas palabras y expresiones de su idioma que ya tengo fijadas en mi mente. Y yo le estoy enseñando a hablar con la mirada. Nos decimos muchas cosas. Y a veces nos quedamos largo rato así charlando con los ojos. Y yo sé lo que él piensa: cambiaría la mitad de su vocabulario sólo por poder conocer la mitad de mi lenguaje. Es duro ser perro. Pero estoy orgulloso de serlo.
Disgusto nocturno
Hola, diario. Estoy angustiado. Muy angustiado. Anoche pasó algo terrible. Pablo no llegó solo a casa. Me saludó como siempre y yo fui cordial con la visita. Inclusive me sacaron a pasear normalmente. Pero había algo que no terminaba de convencerme. Tenía un mal presentimiento. Y así fue. Apenas volvimos a casa, se sacaron la ropa, se metieron en la habitación... ¡Y podés creer que cerraron la puerta! ¡Me sacaron del cuarto que compartimos! Y después fue todo horrible. No sé, pero escuché ruidos raros. En un momento no me contuve y ladré. Pensé que le estaban haciendo algo a mi amigo porque emitía unos sonidos guturales extraños. Luego escuché que la cama se movía. Fue espantoso. Me puse a llorar. No pude contenerme y me puse a llorar. Después de un rato terminaron los ruidos, pero me desconcertaron. Pensé que iban a salir lastimados, mordidos, heridos. Pero salieron contentos, con olores que en mi vida había sentido. No logro comprender qué ocurrió. Pero no me gustó nada. Después me dejaron pasar pero no me pude subir a la cama. Tampoco había lugar como para hacerlo desprevenidamente mientras dormían como lirones. Y no quise. No pude pegar un ojo. Fue un susto tremendo. No tengo dedos hábiles porque sino, en este momento, me encendería un cigarrillo.
Identidad
Hola, diario. Estuve reflexionando acerca de mi identidad. Tengo mucha suerte de que Pablo no me haya cambiado el nombre cuando me conoció. Escuché por ahí que tiene un primo y un amigo que se llaman Francisco. Me lo podría haber cambiado, si hubiera querido. Pero no, parece que le gustó. Sé de muchos perros a los que, cuando tienen nuevo hogar, les cambian el nombre. Y ni te cuento los que viven en la calle. Tienen un nombre distinto en cada negocio que van a manguear caricias o comida. Llega un momento en el que ya no deben recordar cuál es su nombre original. Bueno, la cosa es que me sigo llamando Francisco y no Bobby, Pocho, Pucho, Peludo, Negro, Pelusa, Fido o Firulais.
Es importantísimo porque tener la misma identidad desde que naciste no creo que se de todo el tiempo. Ni en los perros ni en las personas. A mí me gusta mi nombre. Creo que me da personalidad y me convierte en un individuo único. Yo, con esta facha, manchado como vaca, mi cola enroscada y mi cara tricolor, y con el nombre Francisco, soy único en el universo. Bueno, Pabloreafirmó eso al haberme dado ayer mi documento nacional de identidad. Ayer por la tarde llegó y sacó de su bolsillo una chapita con forma de huesito. Me dijo: “Mirá lo que te traje, Francisco. Tu DNI. Tenés que llevarlo siempre colgado para que sepan cómo te llamás y el teléfono de dónde vivís”. Y así fue: me colgó la chapita de mi collar y, cuando me miré en el espejo, me di cuenta de que me queda fantástica. Estoy menos desnudo. Y ahora sí que voy a caminar tranquilo por la calle con menos miedo de perderme. Todos los perros deberían tener una chapita así, como la mía. Sigo siendo un perro afortunado.
Perfume y jabón
Hola, diario. Ayer salimos a pasear lo más tranquilos por la calle y, oliendo en la ferretería de mitad de cuadra, me enteré de que Morena estaba indispuesta. Había pasado por ahí y dejó su precioso aroma. También me enteré de que unos tipos estuvieron de juerga en la esquina porque había cinco olores distintos que dejaron al orinar. Es que para nosotros, los perros, salir a pasear a la mañana y olfatear todo es el equivalente a leer el diario para las personas. Lo hacés para enterarte de todo lo que pasó durante el día.
Bueno, pero en ese mismo paseo sentí un olor muy fuerte a la vuelta de casa, cerca de la peluquería donde vive el perrito concheto que insulta siempre cuando uno pasa. Era un olor fuertísimo, como de un animal al que desconozco. Me sedujo tanto que me tiré al piso panza arriba y me revolqué refregando mi lomo sobre todo el sector olorizado. Uy… qué placer… Fue un revolcón frenético, con ganas. Dejé que todo ese aroma me cubra el lomo y recién ahí me incorporé. Estaba feliz de estar así, perfumado. Pero los placeres de la vida duran poco. Pablo puso el grito en el cielo. Me empezó a retar con una ametralladora de “no”. “No, no, no, no, no, no, no, no”, disparaba. ¿Qué hice de malo? ¿Acaso él no se perfuma todas las mañanas con un líquido horroroso que tiene en un frasquito y que me hace estornudar? Bueno, se enfureció. Me agarró del collar, me puso la correa y me llevó a casa repitiéndome todo el tiempo que era un asqueroso. ¡Uy, cómo arrugaba la nariz cada vez que me olía! Un exagerado. Me parece que no sabe de ciertos placeres.
Cuando llegamos a casa siguió protestando, se metió en el baño y abrió la ducha. Me sorprendió. “Estoy viviendo con un loco”, pensé. “Me perfumo yo y se va a bañar él”. Bueno, me había equivocado. Me desnudó… es decir, me sacó el collar, y me metió adentro de la bañera, debajo de esa ducha de agua tibia. Al principio lo putée por dentro. En un segundo quedé todo mojado y me llenó el cuerpo de una espuma que, debo reconocer, olía bastante bien (No sé por qué, pero me encanta lamer la espuma del jabón blanco.). La cosa es que me estaban dando mi primer baño en mucho tiempo. Me hizo recordar que Andrés me había bañado un par de veces en su patio, pero con una manguera. Era muy chiquito. ¡Qué placer que es bañarse! Yo no sé si a mis otros congéneres les gustará, pero a mí me fascina. Me encanta meter la cara debajo de la ducha y que el agua te pegue en la frente y en el hocico. Y cuando Pablo me tira agua tibia con un jarrito en la panza, me da una sensación divina de placer. Ah… a él le gusta tapar la bañera, entonces yo aprovecho y, con las patas delanteras, me pongo a chapotear. ¡Lo mojo todo! Pero le causa gracia. Eso sirvió para distender la situación anterior. Se sacó la remera, dejó que lo moje y nos cagamos de risa por un buen rato.
Después, me secó con una toalla que, según dijo, sería mía para siempre.
El baño es toda una ceremonia en casa. Pablo desparrama papeles de diario por todo el piso para que yo pueda revolcarme en ellos y termine de secarme. Y siempre, siempre, después del secado, me dice: “Estás re-lindo, Francisco”. Y me abraza y me caricia el pelo, que me queda todo suave. Esto sí que es vida. Si supieran los muchachos de MAPA...
La comida
Hola, diario. Vengo mal, che. Hoy vomité. Qué sensación asquerosa. Pablo se asustó y yo aproveché esa situación para poner cara de sufrimiento. No sólo no me retó por haber ensuciado el living sino que me rascó la panza y me abrazó por miedo a que me enferme. Me dijo varias veces “pobrecitooooo”. Ya aprendí el significado de otra palabra. “Pobrecitooooo” significa compasión. Me dolía un poco la panza y el resultado de ese dolor se vio en la calle, cuando me sacó a pasear. Uy… qué sensación de frío tan horrible. Pablo discutió a los gritos con un portero porque me agarraron ganas, justo en la vereda del departamento en el que trabajaba. Me asusté. Pensé que se iban a morder. Pero no, se ladraron un poco y nos fuimos. No sé si te dije, pero los porteros son los peores enemigos del perro. Siempre te miran de reojo, con las cejas hacia abajo y una energía que hace que se te erice la cruz.
Volvimos a casa y vi con mucho cariño una galletita con queso untable, sobre la mesa, que me miraba y me decía: “Francisco, comeme”. Te juro que me hubiera erguido en dos patas y en medio segundo la hubiese devorado. Pero no tuve fuerzas. Tampoco ganas. Es que con mi estómago tenemos una comunicación increíble. En esta ocasión me decía que no debía comerme esa galletita. Pero en otros casos todo el tiempo me está reclamando alimento. Y esta ausencia de apetito me hizo dar cuenta de que mi descompostura se debía a todo lo que comí el día anterior.
Pablo me compra el mejor alimento balanceado (no voy a decir la marca porque no conseguí el auspicio) y me comí la medida diaria que me da. A eso hay que sumarle los pedacitos de galletitas de agua que me dio mientras él desayunaba; los restos de carne de pollo que me dio después del almuerzo; un pedazo de hamburguesa que me comí en la calle sin que él se de cuenta; los restos de un alfajor que también comí a hurtadillas en la calle; un par de porquerías que conseguí en el tacho de basura; y un poco de caca de gato que encontré en la plaza. Me parece que fue mucho. Pero insisto, es el estómago que me taladra el cerebro reclamándome todo el tiempo alimento. Ya lo asumí: sufro de hambre crónica.
Pablo no me deja que lo moleste cuando él come, pero yo me quedo siempre paradito muy cerca de él, observándolo con cara de sufrimiento. Entonces siempre me da algo cuando termina. Un día escuché que el veterinario le dijo que no me podía dar dulces, que con eso me podía matar. Entonces estoy resignado a que muy rara vez en mi vida pueda probar algo con azúcar. Tampoco me da salsas, ni nada de esas comidas que mejor olor tienen. Digo yo: eso es egoísmo. Yo no tendría inconveniente en cederle un poco de mi alimento balanceado. Generalmente, la comida te mira a los ojos y te pide que la comas. ¿Por qué no responder a lo que la naturaleza demanda?
La cosa es que ahora me duele la panza y no me siento bien. Pero ya se me va a pasar y podré volver a desear comerme todo. Yo voy a seguir robando restos alimenticios de la calle, tratando de que no me vean; y mangueándole comida a quien coma. Porque si en la calle todo el tiempo te manguean plata… ¿por qué no puedo yo garronear un poco de morfi? Me duele la panza, te dejo.
Reflexión y autocrítica
Hoy estoy enojado y ofendido. Sí, lo admito: soy escatológico. ¿Y qué?
Deliciosos problemas
Sí, soy escatológico. Ya se me pasó la bronca de ayer. Te cuento lo que me pasó, diario. Porque estoy en crisis con mi nariz. A mí los olores me matan de curiosidad y allí donde descubro algo nuevo, meto la napia para enterarme de qué se trata. El asunto es que las personas no entienden de eso porque me parece que, con su olfato, no podrían diferenciar un pescado de un marisco.
Todo comenzó el otro día, cuando estuve descompuesto. Ya te conté que vomité. ¿Bueno, por qué desperdiciar todo eso que largué? Intenté recuperarlo y volver a ingerirlo, además, no quería dejar tan sucio el piso de la casa. Pero apenas comencé a hacerlo, Pablo puso el grito en el cielo y comenzó su ametralladora de “no”. Y bueno, le hice caso. Confieso que me asusta cuando fruce las cejas. Y sus “no” suenan más fuerte que cualquier ladrido mío.
Bueno, pasó.
Ayer llamó mucho mi atención un olor muy fuerte en la calle. Era en un rincón inmundo, donde no hay ni edificio, ni nada. Sólo yuyos. Baldío le dicen. El olor era interesante y lo probé. Cuando abrí la boca mirando a Pablo, ese aroma no muy amigable para los humanos transformó su rostro como si le hubiera arrojado ácido. Y el clima se volvió tormentoso, casi de inmediato. Me llevaron a casa de prepo y me lavaron la boca con un líquido riquísimo que tenía gusto a menta (sé de qué se trata porque una vez me comí medio dentífrico).
A la tarde se fue a trabajar y, como yo estaba aburrido, se me ocurrió investigar en el tacho de basura. Yo todavía no entiendo por qué las personas tiran algunas cosas que se pueden usar, precisamente, para llenar la panza. Había un esqueleto de churrasco que me mantuvo entretenido más de una hora; unos potes vacíos de yogur que me sirvieron para cambiar de sabor y lamerlos un rato; un pedazo de zanahoria y restos de café, que me encantaron. Claro que quedó todo demasiado desparramado.
Te lo resumo: me dejaron en el balcón como una hora, castigado.
Por eso, diario, estoy en crisis. No con mi vida, ni con mi nuevo amigo, ni con mi hogar. Con mi nariz. Me trae problemas. Deliciosos problemas.
Extrañar
Hola, diario. Ayer estuve desconcertado buena parte del día. Pablo se despertó, desayunamos con nuestro ritual de siempre, sin hablarnos. Cuando abrimos los ojos al día, jugamos un poquito y salimos a pasear, como siempre. Pero Pablo volvió y se vistió distinto. Cuando quise pararme en dos patas y tomarlo del brazo, como siempre a él le gusta, no quiso. “No me ensucies”, dijo. Qué se yo… Cada loco con su mambo, pensé. Pero antes de irse, me dio un regalo: un hueso hecho de cuero seco. Al principio pensé que era para jugar y lo revolee, le salté encima, corrí alrededor, pero empecé a olfatearlo bien y me di cuenta de que se podía comer. ¡Qué bueno que estaba! Estuve como dos horas y pico mordiéndolo y devorándolo. Terminé y fui a buscar el tacho de basura. El muy pillo lo puso sobre una mesa para que no pueda hurgar nada. Me aburrí y me acosté en mi sillón favorito.
Pasaron las horas, unas cuantas horas y no regresaba. Perdí la noción del tiempo, pero ya tenía ganas de hacer mis necesidades fisiológicas, cuando escuché que alguien abría la puerta. Era una mujer mayor. Tenía algunos rasgos parecidos aPablo. Digamos… no era Pablo con peluca, pero… ¡Era la madre! Claro, cómo no darme cuenta. Me acarició mucho y no paraba de hablarme. Me hizo sentir menos perro y más humano porque hasta me preguntaba cosas. ¡Qué desesperación! No podía responderle. Entonces, sin quererlo, caí en una especie de juego de “dígalo con mímica”, para que adivine qué pensaba. Pero me di cuenta de que era inútil, porque con sus preguntas, ella misma se hacía las respuestas. Me dio una ternuraaaaaa… La adoré. La adopté para mí, como mi abuela. Dije: “Vos vas a ser mi abuela”. Además, te cuento algo importantísimo: se hizo unas hamburguesas… ¡Y me dio una entera para mí solo! Eso es auténtica generosidad.
Pero después de haberme sacado a pasear y mimarme un poco más, se fue. Y volví a quedarme solo. Y pasé la noche solo. No entendía nada. Pensé que me habían abandonado otra vez y sentí que el mundo se me derrumbaba. Qué iba a hacer solo, ahí cuando se me terminara la comida. Si ni siquiera sé abrir el picaporte de la puerta como para salir. Y mucho menos usar esas cositas ruidosas que les llaman llaves. Pero lo peor fue pensar en no tener nunca más a Pablo durmiendo calentito a mi lado en su cama mullida. Pensé en qué sería mi vida sin ese ritual de las mañanas, tan cariñoso, como silencioso, amable y cálido. Pensé en qué pasaría si nadie me dice más “no, no, no, no, no, no”. Hasta eso extrañaría… ¡Esa era la palabra! ¡Eso era lo que me pasaba! Estaba aprendiendo a extrañar. Ya mi vida no es la misma desde que estoy acá. Ahora, siempre que sepa que Pabloestá en algún lado, estaré pensando en el momento en que regrese. Todas esas horas en las que extrañé, sufrí, pero también sentí que tengo una capacidad de amar enorme. Y aunque esa señora hermosa, amable y que te pregunta cosas, vuelva y se quede a mi lado para siempre, todo el tiempo estaré esperando a que Pablo regrese.
¿Y podés creer que volvió a la mañana del día siguiente? ¡Cómo me hubiera gustado poder retarlo y ametrallarlo con sus “no, no, no, no, no, no, no”! Pero no pude… Cuando entró me eché panza arriba, con el rabo entre las patas y, luego que me acarició la panza, me incorporé, le puse mis dos patas delanteras en sus hombros y nos abrazamos. ¡Como lo besuquié! Obvio, los humanos tienen tanto ego, que le encantó.
La plaza
Hola, diario. Los otros días, Pablo me llevó a pasear a una plaza. ¡Cómo nos divertimos! Jugamos a un juego divertidísimo. Él busca un palito consistente y lo arroja bien lejos. Apenas lo hace, yo salgo corriendo, como una ráfaga, hasta que lo atrapo, y se lo devuelvo. Así me puedo pasar horas. A veces, cuando le llevo el palito con los dientes, hago como que no se lo quiero devolver y tironeamos, hasta que nos caemos al pasto. Yo gruño y hago como que lo voy a deshacer a pedazos. ¡Cómo nos cagamos de risa! Después estuve corriendo en círculos con otros perros, hasta que uno peludo y roñoso me hizo calentar. Se hacía el mandón y, herguía el pechito y me empujaba con las patas delanteras. ¡Pero, por favor! ¡Cancherito saparrastroso! ¿Sabés todo lo que tenés que hacer para hacerte el macho Alfa conmigo? Le gruñí un par de veces y dije: "No juego más". Lo lamenté por un par de pequinesas que eran macanudas, pero me fui.
Después nos sentamos a descansar en unos escalones que te llevaban a una mole de cemento que, arriba, tenía a un tipo de traje, todo duro, que no se movía y era humillado por cuatro palomas que se posaban sobre sus hombros y su cabeza. CuandoPablo se dio cuenta de que lo miraba con compasión, me aclaró que a eso le llaman estatua. Jamás quisiera que me hagan una estatua cuando me muera. ¿Para qué? ¿Para que unas palomas hediondas me hagan caca encima?
Eso me dio una idea. A lo lejos vi a una señora que le daba de comer a un grupo de unas veinte o treinta palomas. Fijé la mirada y dije: "Esto es por el honor de ese hombre duro, estatua, humillado por las palomas". Emprendí carrera, como un rayo, y les pegué un susto que no se olvidarán más en su vida. Volaron y nos llenaron de plumas y piojos. La señora me dijo algunas cosas feas, pero no me importó. Igual, como las palomas son voraces, regresaron cuando vieron que yo me había alejado. Di cuarenta pasos (en realidad diez, pero tengo cuatro patas), giré y rápidamente emprendí de nuevo contra ellas, que volaron enseguida. La señora volvió a gritarme y Pablo, obvio, disparó su ametralladora de "no, no, no, no, no". Yo me cagué de risa. Si no iba a hacerles nada.
Me eché meaditas por casi todos los árboles y no me subí a los juegos infantiles porque había un cartel que prohibía la entrada a los perros. Creo que siempre voy a querer volver a la plaza. Es para los perros lo que el bar es para los humanos porteños.
Pulguitas
Hola, diario. Si escribo pausado es porque me pica mucho... Hay un montón de gente viviendo en mi cuerpo. ¡¡¡¡Los vi!!!! Se mueven todo el tiempo, caminan y saltan por mi panza y mi lomo como si yo fuera una autopista. Es intolerable. Trato de encontrarle la vuelta al problema. Con la pata de atrás, me puedo rascar los costados y la cabeza; y con los dientes, me puedo rascar la panza (incluso he matado o me he comido a algunos). Pero el problema es en el lomo. ¡Uy, qué desesperación cuando me pasa eso! Me tengo que tirar panza arriba y refregarme el lomo contra el piso. Es divertido y más divertido es pensar que estoy aplastando a todos esos bichos que me invadieron y que se creen que mis pelos son un bosque de eucalipto.
No sé bien dónde me los pesqué. Creo que en la plaza, estoy casi seguro. O a lo mejor me lo contagió ese perro peludo roñoso que se quería hacer el líder. Ayer estuve desesperado y casi todo el día deprimido, mufado por esto.
Pero tengo suerte. Viste cómo es Pablo... Me vio triste y se empezó a desesperar (a veces creo que las personas se ahogan en un vaso de agua). ¡Podés creer que me llevó al veterinario por eso! Yo temblé. Tenía miedo de que otra vez me pinchen y me hagan cosas. No, el tipo era un macanudo. Me acarició, me miró entre los pelos y me regaló una golosina. Escuché que dijo: "Tiene pulgas". Entonces Pablo me miró y me preguntó: "¿Tenés pulguitas, Francisco?" (si le respondiera hablando, se cae de espaldas). Me sirvió para identificar esa palabra: Pulguitas. De ahora en más "pulguitas" era el enemigo. Ahora sé que esos seres inmundos que viven en mi cuerpo y me pican se llaman pulguitas. Nombre simpático para esos turros.
El veterinario nos vendió una cajita y le dio instrucciones raras a Pablo, señalando mi lomo. Cuando llegamos a casa, abrió la cajita y sacó un "cosito" que le llama pipeta. Lo abrió y empezó a ponerme gotitas en tres puntos distintos de la nuca y del lomo. ¡¡¡Uy qué escalofrío!!! Un espanto la sensación que tuve. Empecé a caminar rápido por toda la casa y con un leve bamboleo, como si estuviera bailando una salsa. Me duró un buen rato y sentí como todas esas "pulguitas" hacían un quilombo bárbaro en mi cuerpo. Corrían, saltaban... las imaginaba tomándose de las mechas, desesperadas, para luego caer redondas, fulminadas por la pipeta salvadora. Bueno, así fue. Bastante rápido el trámite.
Hoy estoy sin rascarme, pero con unas ronchas tremendas. Y me puse a reflexionar sobre nosotros, los animales. El ser humano, es claro, que sirve para cuidar a los perros; las vacas, para dar la leche; los pajaritos, para hacer vistoso el cielo; los gatos, para que los persigas; las cotorras, para burlarse de vos cuando pasás... ¿Y las pulguitas? ¡¡¡Para picar a los perros!!! ¡¡¡Para cagarte la vida!!! Qué finalidad tan patética. Y caí en la pregunta clave: ¿Y los perros? Mi respuesta fue soberbia, ególatra, pero verdadera: para dar amor. Es lo mejor que sabemos hacer.
De música, reflejos, gestos y mañanas alegres
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